Te esperaba en la estación, sentada sobre ese banco en el que años atrás me sentaba por primera vez, a esperarte. La neblina caía lentamente sobre la ciudad, cubriéndola con un manto translúcido que dificultaba claramente, la visión. El frío.. ni hablar del frío. Era una típica mañana de invierno, en la que la neblina es protagonista, junto con el viento helado, que quema en la piel. Pero hoy no era un día como cualquier otro, en el que estaba completamente sola esperándote en el andén; si no, que a unos dos metros, había una persona. No podía reconocerla, además de que no llevaba puestos mis lentes. Por más que me esforzara, lo único que lograba conseguir, era detectar su silueta. Se notaba que llevaba un largo sobretodo oscuro. Aunque era algo obvio, con ese frío, quién no llevaría un abrigo así. De repente, se giró hacia mi, y noté que me sonreía. Asombrada, me recorrió un sudor frío, algo leve por la espalda, que me hizo estremecer. No presentía lo mejor. Detecté, a razgos generales que se trataba de un hombre, más bien alto y robusto. Se acercó hacia mí lentamente. No supe deducir si camminaba con una extrema lentitud, o si caminaba cuidadosamente, como con miedo a tropezar. Cuando estuvo a dos pasos de mi, se esfumó en el aire, como por arte de magia. Me asusté. Sin comprender exactamente lo que acababa de ocurrir, decidí irme de a estación. Está bien, lo reconozco, me fui sin ti, pero no podía quedarme allí sola. Salí casi corriendo, y a saltos de aquel lugar.
A la mañana siguiente, volví a la estación a esperarte, como de costumbre, pero me llevé una gran sorpresa. La estación lucía abandonada. Las boleterías cerradas, con sus rejas oxidadas. Los bancos, estaban todos rotos, ni una madera sana le quedaban. Era un lugar horrible, sucio y viejo. Ni los méndigos querrían pasar la noche allí. Entonces, te esperé tanto tiempo, en vano ?
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